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norte, el del sur, el del este, y el del oeste. El del oeste era mi hombre, el jefe de Bimbo. Era el más poderoso y era quien decidía lo que se iba a hacer.
Se bajó de su trono y caminó frente a nosotros. Nos miró con una mirada endemoniada y expresó en voz alta:
—Estos cuatros candidatos son muy privilegiados al estar en nuestras manos. Serán aplicados a nuestras maravillosas reglas. Serán moldeados para que vayan a su encuentro con la muerte que es nuestra esposa, nuestra esclava. Ella hará que su cuerpo arda en la lava del infierno por el mero hecho de atreverse a cruzar una línea poderosa que ningún hombre, en la vida, debería atreverse a cruzar. ¡Pero noooo! Ellos se llenaron de valentía y la ambición, la codicia, y la avaricia se apoderaron de sus corazones. Es hora de liberarlos...
Sé que me quedaba poco, pero, al fin y al cabo, mi destino se había aclarado. Siempre me pregunté de qué manera iba a morir y mi bella mente me traía recuerdos de unos disparos en la calle. Pero tío vamos, esto era otra cosa. Era como si estuviera en el infierno, ése que mi madre hablaba, del apocalipsis. Lo estaba viviendo en carne propia y de momento, el sujeto dejó de hablar en lo que se llevaban a Manny.
Inmediatamente se encendieron los televisores y Manny fue llevado a la parte de afuera donde le pusieron un cinturón y una cadena que la sostenía una grúa. Cuando la misma lo levantó, acomodaron un dron lleno de ácido donde Manny iba a coger un baño muy doloroso. En la sala todos