Sólo esas fueron sus palabras y yo las terminé:
—Traicionándonos.
Luego miré a Manny. Lo llamé, pero no se inmutó en moverse. Parecía como si ya la muerte se lo hubiese tragado. Dije entre mis pensamientos: “¡Qué
afortunado eres! La condenada no me llega a mí”. Entonces le dije a Larry:
—Eres lo peor que se ha cruzado en mi camino.
Larry se rio y me dijo:
—Tú y yo estamos hechos de la misma basura. Si no lo hacía yo, tú ibas a querer todo el dinero, ¿o no?
En verdad no sé de dónde saqué fuerzas, pero me reí a carcajadas. Risa que se sentía como si un camión me pasara por encima. Cuando al fin me puse
serio, le confesé:
—Tienes razón, iba a jugárselas. Pero la única diferencia era que yo te iba a enviar derechito al infierno y no ibas a coger tremenda paliza. Gracias a
ti mis planes se fueron al vacío.
—Lo ves, somos como los testículos del león, inseparables. Unidos con el león hasta la muerte.
Y esas fueron las últimas palabras que tuve con Larry porque luego nos llevaron frente al hombre poderoso que íbamos a dejar en la ruina. Nos sentaron en unas
sillas de colegio. La sala estaba llena de personas adineradas y frente a nosotros había cuatro capos sentados en sus tronos. El del