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Él era ese hombre bondadoso con el pueblo y misericordioso con los suyos.  Nunca se le conoció una falta injusta; todo lo ejecutaba al pie de la ley.   Cuando lo nombraron conde fue por su amplia lista de delincuentes que había capturado, pero entre ellos, el peor de todos los tiempos se le escapó. 

Años después, apareció forrado de dinero y el conde no pudo hacer nada debido a la gran influencia que tenía.  Don Diego sobornó al pueblo y a grandes líderes del gobierno.  El día de las elecciones se postuló alcalde del pueblo.  El conde desde ese día cambió por completo.  Ya no salía a compartir con sus amistades y cuando salía a la tienda caminaba atontado y desorientado con su cabeza abajo. 

Las personas lo miraban con lástima porque no entendían lo ocurrido en su vida, pero el conde aún con la cabeza abajo se daba cuenta de los murmullos que lo rodeaban y comenzaba a hablar entre dientes para él diciendo «Si supieran que ahora los protege un delincuente y entre muy poco serán castigados, pero cada cual tiene lo que se merece; eso lo dice la palabra de Dios».  Entonces, al pasar los años, el conde no vio venir la tormenta a su vida. Una noche de Halloween fueron a su casa unos pequeños a pedir lo de costumbre y el viejo gordo barrigón los corrió de mala forma.  Esa acción se difundió en el pequeño pueblo y semanas después el conde fue condenado a un calabozo donde pasó muchos años encerrado y encadenado de pies a cabeza.  Rara la vez comía excremento de vaca y bebía