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Sabía de ante mano que algo no cuadraba con mi tono de voz y no esperó ni un instante más para preguntar qué sucedía.

—Ey, no pasa nada madre —dije por encima de sus palabras.

— ¿Cómo que no pasa nada?  Si tú nunca me llamas a estas horas de la mañana.  ¿Qué sucede flaco?

—Madre, sólo te llamé porque estuve pensando mucho en ti anoche.  Sólo eso.

—Mira qué ironía.  Anoche también estuviste en mis recuerdos y luego me entró un sueño profundo y me quedé noqueada.  Salgo soñando que tú me mirabas detrás de un árbol seco, pero cuando traté de acercarme, tu rostro se entristeció y se llenó de lepra.

—Ja, ja, ja, ja.  Madre, esos son sólo sueños.  No les prestes atención.  Estoy mejor que nunca.

—No flaco, Dios habla en mis sueños y me muestra cosas cómo estás.  Ten cuidado con lo que haces porque el diablo es silencioso y cuando muerde envenena de una forma mortal.

Entonces, al escuchar todo ese sermón y darle la razón del supuesto Dios, ése que habla en los sueños, al fin pude encontrar una plática agradable con ella y la verdad era que me hacía tanta falta escuchar su voz ronca y su cantaleta que hasta me hizo llorar.  Pero ni modo, así era ella. 

A las afueras estaba Larry tocando bocina como si quisiera despertar a todos los que vivían en el bloque.  Cuando